La poesía, haciendo el ser, lo deshace
Juan Gustavo Cobo Borda
I
He visto prodigios, palpado gemas que resultaron piedras pulidas. Atravesado mares con remos partidos por traiciones. Visitado el templo de un falso dios adorado por gente en orfandad. Ha sido un combate inútil entre la razón y la lógica. Me agobia el hastío de cerrar el círculo de encuentros fallidos y derribar falsas paredes.
La leña se está secando. No podrá arder la hoguera. En silencio oigo el rumor de los años que se deslizan y me quedo atrapada. Sobre la raya del horizonte el sol se oculta de prisa como sombra temerosa. Es tiempo de no tejer rencores, dominar el miedo ante la cercanía de la tormenta que afianzará la noche. Ese azul obscuro que devora con misericordia cada pulso, cada latido. Mi corazón rehecho, un túnel cerrado por reparaciones.
II
Desde mi atalaya, custodio el fin del atardecer, presagio de ausencia. Tengo la piel descarnada, casi no me reconozco a mí misma. Soy ahora un poco menos guerrera, y pacto con lo imposible. La mano que gira el picaporte es la misma que me acaricia. ¿Será ella quien cierre la tapa de mi ataúd?. Todavía tengo la promesa incierta del mañana, vigilia febril de lo que puede ser mi último suspiro. Dejo la luz encendida. Con hilos finos subrayo algunos trazos de una nueva lectura, me atengo a su ritmo y prendo con alfileres las sombras donde los caminos me alejan de lo que soy.
Ileana Hernández Grillet
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